El binomio poder-medios, parte del problema

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    En ese contubernio está un gran obstáculo para la democracia en nuestro país

    XAVIER GUTIÉRREZ

    Domingo, Febrero 11, 2024

    En términos generales, los medios de comunicación en nuestro país son una asignatura pendiente si de salud social hablamos.

    En alguna medida son parte del problema de la democracia.

    Si nos quejamos por una democracia cuestionable porque ofrece flancos que no la hacen aceptable en los estándares internacionales, los medios tienen su parte. Su gran parte. Son una tajada del pastel.

    Entre otras razones porque han sido parte del poder o de los juegos del poder.

    No tenemos, dicho con un mínimo rigor, medios con un elevado nivel de confianza o credibilidad. ¿Por qué? Entre otras razones, porque hace buen rato que abandonaron su papel de representantes o intermediarios confiables de la sociedad y siguen diciendo que lo son.

    Ostentan una representación que no tienen, ni se la han ganado, ni tienen con qué ejercerla.

    A lo largo de décadas, son contados los medios que con gran esfuerzo han logrado mantener un nivel de credibilidad y confianza.

    Un breve ejercicio de memoria nos llevaría a citar contados casos de periódicos, revistas, noticiarios, comentaristas y articulistas que han gozado de una solvencia ética incuestionable al paso de los sexenios.

    Con directores, periodistas, conductores y opinadores en número reducido a través del tiempo, se han mantenido esporádicamente espacios donde se encuentra información o análisis con un equilibrio de respeto, alto sentido ético y hasta buen uso del idioma.

    Pero han sido la excepción, no la generalidad. Islas admirables en océanos de corrupción y trafique.

    Son de referencia memorable individualidades que con más o menos duración constituyen realmente ejemplos de profesionalismo que rescatan el honor del oficio.

    Lo contrario ha dominado el panorama. Materiales disfrazados de periodismo, pero en realidad informaciones al gusto de los modelos que ha requerido el poder, según el partido que lo haya ejercido. La mentira como materia prima, los dineros por debajo de la mesa y “la información con ropaje de show consumista”.

    Revise con rigor crítico los medios y vea si hay exageración.

    Eso en un juicio abierto. Al particularizar, vemos negocios periodísticos boyantes que en realidad han sido y son vehículos publicitarios con una capa superficial o edulcorada de periodismo nutrido en lo social.

    Muy temprano en el periodismo de nuestro país, se descubrió que bajo el traje artificial de la comunicación se podían hacer -se hicieron y se hacen- jugosísimos negocios traficando rebanadas de poder con el sector público y también con el privado. La publicidad es la fachada menor. Atrás hay increíbles capitales y negocios.

    El periodismo intrínsecamente entendido no da para hacer fortunas, sí para una vida digna y respetable. Sin embargo, con este camuflaje se han creado riquezas inconmensurables, emporios, negocios de todo orden, siempre llevando por delante la bandera del “periodismo y la libertad de expresión”.

    Esta expresión ha sido usada a lo largo de la historia del país como una especie de patente de corso, esa autorización de ciertas monarquías a los piratas para asaltar y saquear barcos de sus enemigos.

    Algo semejante, con grados excelsos, hemos visto en este ejercicio en el país, con sicarios de todo pelaje sirviendo al amo en turno, sean gobiernos federales, estatales, o islotes de poder de otros ramos, de los poderes fácticos.

    En esto último, hay que incluir por supuesto a los sindicatos, las grandes centrales obreras, grupos empresariales de poder, poderosos ligados al clero y desde luego los intereses extranjeros, con los Estados Unidos a la cabeza.

    Ha sido a lo largo del tiempo, un abominable juego de corrupción y engaño.

    Sobre todo en el juego del poder se ha dado esta relación de pareja; gobiernos y medios, con engaños mutuos, pisoteando a la sociedad y robándose los presupuestos.

    Los hombres en el poder, halagados por toneladas de melcocha y zalamería corriente, o descarados oleajes intermitentes de manipulación y mentiras, pagan inmensas fortunas creyéndole a los medios que engañan a la sociedad. Unos y otros mienten en oscuro contubernio y la sociedad queda en medio.

    Los manipuladores de la sociedad -grandes, medianos y pequeños- simulan ser defensores, baluartes o portavoces de una sociedad que cada vez les cree y les confía menos. Con los partidos, las cámaras legislativas y los órganos de seguridad, los medios comparten los más bajos índices de confiabilidad en sucesivos estudios de opinión.

    Unos y otros faltan a sus deberes elementales.

    Pero los sedicentes representantes de la sociedad frente al poder, en realidad, en su extensa mayoría, son negociantes. Comerciantes profesionales e impúdicos de la “información”.

    A los destinatarios los engañan y a los de arriba les cobran. Así de sencillo y burdo es el binomio.

    En ese variopinto papel de “informar”, hace varios lustros lo que está de moda, moda altamente lucrativa, es el papel de “defensores” y representantes de la sociedad civil.

    En realidad no hay tal. En el mejor de los casos se trata de activistas a sueldo para causas partidistas o corrientes ideológicas, son sus jefes o amos, adversarios del poder en turno con impresionantes redes de poder atrás.

    Es muy legítimo que aspiremos a ser una sociedad democrática acorde a las expectativas y demandas de la sociedad, pero no sin antes incluir entre los obstáculos a todos los factores que impiden esa necesaria evolución.

    Y una retranca son los medios y las enormes fortunas e intereses que hay detrás.

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