La “cargada” y la falta de respeto y dignidad

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    Sábado, Septiembre 9, 2023

    En los escenarios de la lucha política, abundan los vicios y formas arcaicas de vivir la política

    XAVIER GUTIÉRREZ

    El desenlace en Morena ahí está, es Claudia. Resta ver la otra mitad de la película, la decisión de Marcelo Ebrard. Y el control de daños. La política siempre es así: unos ganan, otros pierden, otros se acomodan. No hay muertos.

    “Nada se crea, nada se destruye, sólo se transforma”, Lavoisier dixit.

    Lo dicho aquí otras veces: la política es el arte de combinar circunstancias, hombres y decisiones.

    Esos tres factores están ahí. Sólo falta ver a los actores tomar las decisiones en el último acto de la obra.

    Sin embargo, lo visto en la semana ida deja en claro que el modo de hacer política en el oficialismo y en la oposición se aferra a las viejas formas. Las añejas tradiciones, fruto de los tiempos de partido único, están vigentes. El comportamiento de los protagonistas de todos los frentes es casi el mismo.

    Fenómenos o vicios de ayer se reactivan hoy: la cargada, la manipulación de candidatos, la sumisión de todos al ungido, el escarnio, el aplauso lacayuno de unos, la mordacidad canibalesca de otros.

    Dentro de esto, como marco del escenario, las posturas y lenguaje de los medios: loas si ganó su “amigo”, derroche de sarcasmos y términos hirientes a los perdedores. Juicios de carnicería a los derrotados, el escarnio muy enano de “opinadores” dizque prestigiados.

    Se pierden las formas. Se da un muestrario de actos de simulación ilimitada. El servilismo con muchas facetas, los arribistas de siempre, los que “adivinan” lo que va a suceder, los que se dicen intérpretes del guía en turno.

    Ejemplos hay muchos:

    Unos y otros presumen que se dan actos de una calidad democrática como no se dio ni en Grecia. Que cada acción brilla por su transparencia y pureza. Así ungieron a Xóchitl, así brotó Claudia.

    Falso: son procesos de obra humana y factura mexicana, con histrionismo, fingimiento, simulación y disimulo.

    Lo más vulgar es la revitalizada “cargada”. La competencia teatral de baja estofa por colocarse junto a quien gana, la nueva y refulgente estrella del firmamento. Y esto se vio en los dos frentes, en la derecha y en el oficialismo.

    Abrazos, aplausos, fotos. Es lo que mejor suelen hacer. Así lo hicieron sus padres y abuelos en el priato y en los dos sexenios de la derecha en el poder.

    El desplegado de los “abajofirmantes” es otra de las expresiones de la política tribal de este país.

    Lo hacen y repiten igual los sedicentes intelectuales, “representantes” o caciques de la sociedad civil, lo mismo que los gobernadores. Un cierto día todos reprueban, otra ocasión todos aplauden y aprueban, según el caso.

    Actúan igual que el flaco y desnutrido león del circo, cruzando obedientes el aro de fuego bajo el chasquido del látigo del domador.

    Las columnas y artículos de la comentocracia de los medios proceden con las formas arcaicas de siempre: repiten una espiral ilimitada de ironías, burlas y sarcasmos sobre el caído, Marcelo en este caso.

    Este comportamiento bajuno no es sin causa ni inocente: buscan de este modo acercarse con el triunfador, o hacerse notar como voz solidaria o independiente, anticipo de cobro de facturas. El típico fenómeno de la corrupción en los medios que hemos visto durante más de un siglo.

    La narrativa de los ganadores es igual o peor. Ausencia de razonamientos equilibrados, falta de consideración hacia la víctima, imprudencia e inmadurez, y lo más grave: arrogancia monárquica.

    Ni por asomo se ve prudencia, sensatez, solidaridad o apertura. Cuando precisamente estos atributos son indispensables en el comportamiento político maduro, superior, lo que Juan Pueblo esperaría ver en los escenarios, en sus representantes.

    Los de abajo no tienen pretensiones fuera de lógica: sencillamente apreciarían mucho ver comportamientos de calidad humana.

    Hay algo ausente casi siempre en la competencia política que se da en nuestro país: la generosidad hacia el vencido.

    Esto siempre me trae a la mente esa frase vista en un cuartel militar: “El respeto al vencido pone de manifiesto la dignidad del vencedor.”

    ¿Qué desearíamos ver en las contiendas políticas internas o externas y en los medios?

    Integridad, principios, respeto. Apropiado uso del lenguaje. Formas superiores de ver y vivir un proceso de competencia de ideas, propuestas, proyectos, concepciones.

    Una de las carencias en casi todos los flancos de la política y en los medios es la virtud.

    Esa cualidad se ha asociado mucho a la vida religiosa, pero para nada es privativa de la fe o las creencias. Virtud es, simplemente, la integridad de ánimo y bondad de vida.

    Es también “la disposición de la persona para obrar de acuerdo con determinados proyectos ideales como el bien, la verdad, la justicia y la belleza”.
    ¿Es mucho pedir…?

    Grato sería y gesto de madurez, en etapas como la actual y la lucha que se avecina, ver un comportamiento de los participantes verdaderamente civilizado, con muestras de urbanidad ejemplares.

    Sería sumamente saludable actuar de cara a la sociedad con actitudes republicanas, dejar atrás dimes y diretes corrientes, vulgares, pandilleriles a veces.

    No es buen indicio del porvenir el que precisamente una de las aspirantes a la presidencia exhiba cada vez que tiene un micrófono enfrente, un lenguaje de mecapalero, aduciendo que así habla el mexicano. Rotundamente falso, el mexicano promedio modera su vocabulario en asuntos formales, evita escurrir estiércol en la comisura de la boca como ocurre con quienes usan palabrotas casi como credencial de cuerpo entero.

    En el discurso público, en las entrevistas, en las negociaciones entre adversarios, en la conclusión de comicios, los actores debieran dar muestras de que la política en este país puede dignificarse.

    Es una exigencia elemental que en el fondo y en las formas, los políticos dejen el chiquero y muestren calidad, profesionalismo, dignidad.

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