La “muerte” del Presidente

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    Xavier Gutiérrez

    Este trance en la vida del país, mostró las más negras entrañas de un puñado de mexicanos.

    Contra lo que se piensa comúnmente, no es el futbol el deporte nacional. Ese lugar lo ocupa la especulación y en segundo lugar el chisme.

    Aunque el chisme tiene un nivel más modesto, tiene visos humorísticos inclusive, su práctica no necesariamente es malévola o pecaminosa y hasta resulta un elemento noble para aderezar cosas de la vida.

    Especular, dice el diccionario, “es hacer suposiciones sobre algo que no se conoce con certeza”. Y esto lo hacen millones de mexicanos todos los días, a todas horas. De todas las edades. Tal deporte no requiere cancha, uniforme, horario ni reglamento.

    ¿Por qué se practica con tal intensidad? Los estudiosos tendrán sus razones, psicológicas, sociológicas, incluso económicas.

    Pienso que se recurre a especular con fines de explotar la ignorancia de alguien. También se hace para lucrar vía la manipulación. Se practica para ganar algo material o inmaterial. Para dañar la reputación de una persona, grupo o institución. Para sacar ventaja de alguien inferior en cualquier sentido.

    Hay especulación que se disfraza de inocencia, pero esconde los colmillos de la perversidad. En la mayor parte de los medios de comunicación mexicanos la especulación es materia prima de primer orden. Casi se podría decir que sin el empleo de la especulación no hay de qué informar.

    Bien se podría decir que en este país, sin especulación no hay “periodismo”.

    El político recurre a la especulación, pero el hombre de la calle también, el cura y el líder sindical, el comerciante y el pastor, el empresario y el obrero, el médico y el paciente. No hay límites en el nivel de ocupación social. Claro, hay gradaciones.

    Hay especulaciones malévolas, demoníacas, y las hay veniales.

    Hay especulaciones malvadas para conquistar o retener el poder. Las hay para robar un pan y sobrevivir un día.

    Una de las principales características de quien es víctima de la especulación es la ignorancia. La carencia de educación, la falta de hábitos como la lectura o la búsqueda de información o investigación. La pereza, y desde luego la pobreza, la marginación.

    Ejemplos los encontramos todos los días y en todas partes. Se especula (hacer suposiciones sobre algo que no se conoce con certeza, recordemos) sobre la riqueza de una persona o la pobreza de otra; el modo de vida de una familia y los hábitos de otra; el nivel de vida de un profesional o la ostentación de un dirigente.

    En muchos de estos casos las suposiciones son correctas, apuntan con buen tino porque la mentira es el ropaje que encubre formas visibles de comportamiento. Y la percepción de la gente construye la realidad que aquél disfraza.

    Aquél lucra al especular, el otro intuye y con el verbo sospecha, desnuda o exhibe al especulador.

    Ah, porque la otra acepción de especular es esconder un producto para venderlo más caro.

    En cuanto al significado primero, “hacer suposiciones sobre algo que no se conoce con certeza”, en los días recientes vimos múltiples y delicados ejemplos de ello. Buena parte de los medios de comunicación se dieron vuelo especulando sobre la salud del Presidente.

    Lanzaron suposiciones y afirmaciones concretas en el sentido de que estaba muerto. O, en el menor de los casos, con una parálisis corporal o con un padecimiento insuperable. Con su estilo habitual de proceder diario, envolvieron a millones con versiones, conjeturas y suposiciones.

    En realidad, eran deseos.

    Hay tal molestia contra él en esos círculos no gratuitos ni espontáneos, que tal incomodidad, racista, ideológica o personal, se convierte en fobia, en odio irrefrenable. Y se aterriza en comportamientos carentes de la mínima ética, francamente miserables.

    ¿No es miserable desear la muerte del otro? ¿No lo es gozar, solazarse con el daño o el dolor ajeno?

    La mezquindad en todo su esplendor. En medios, en redes, en los whats, en el cotilleo cafetero. Mezquindad, no se olvide, es “falto de generosidad y nobleza de espíritu”.

    Con esta miseria de espíritu, hay gente capaz de desear la propia muerte de sus padres, si el móvil fuera la herencia “para pasar a mejor vida”.

    Es verdad, en el ámbito gubernamental hubo un vacío de cierto grado, imprecisión y hasta confusión en el manejo de la crisis del Presidente.

    Pero los profesionales de los medios, si lo fueran realmente, debieran dar el contexto de todo este asunto. Algo tan elemental como exponer que el Presidente tiene un problema cardíaco del que se ha informado ampliamente, que ha sufrido dos contagios de Covid, que no es un hombre completamente sano. Y que como tal está todo el tiempo expuesto a un padecimiento o la muerte misma.

    Algo tan simple como que nada de lo humano le es ajeno.

    Pero esto, que la sensatez llevaría a informar con naturalidad y prudencia, se convirtió en una catarata enorme de especulaciones que entre líneas vislumbraban el deseo de la muerte.

    En primeras planas, en artículos, columnas, comentarios, “análisis” y en el chismorreo ciudadano de las redes, prácticamente se festinaba la muerte del Presidente. No todo mundo, como irresponsablemente se generaliza, sino los sectores bien conocidos.

    Desear la muerte del otro (sea quien sea el otro) exhibe los más salvajes y miserables sentimientos que hay las entrañas de quien así piensa o eso expresa.


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