EMPLEO, HABILIDADES Y COMPETENCIAS EN RIESGO.
Ricardo Caballero de la Rosa
La recuperación de la crisis sanitaria no será rápida sino intensa y problemática, pues entre otros efectos, la pandemia por COVID-19 provocó que ciertos avances retrocedieran en áreas como el crecimiento, empleo, lucha contra la pobreza y disminución de la desigualdad, tanto en México, como en países de América Latina.
En efecto, según una nota técnica regional elaborada por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) denominada “Formación profesional en la respuesta a la crisis y en las estrategias de recuperación y transformación productiva post COVID-19”, en el caso de los países de América Latina, las proyecciones de CEPAL a julio de 2020 estimaron una variación negativa para este año de -9.1% en el PIB regional, afectado por la caída en las exportaciones (20%), una disminución en las remesas hacia la región (30%) y la reducción en la demanda del sector turismo (35%) en América Central y 39% en el Caribe.
Además, la caída estrepitosa de la actividad económica podría elevar la tasa de desocupación regional de 8.1% en 2019 al 13.5% en 2020, aunado a un deterioro de la calidad del empleo en una región con una tasa media de informalidad de 54%. El inédito aumento en la desocupación llevaría a la cifra de 41 millones de desocupados, afectando la estabilidad económica y social de la región pues los ingresos laborales conforman en promedio cerca del 80% de los ingresos totales familiares.
De modo adicional, la pobreza podría alcanzar el 37% de la población de la región, lo que provocaría más atraso en materia de informalidad y desigualdad con incrementos del índice de Gini entre 1% y 8%, con impactos más severos entre los grupos más vulnerables como jóvenes y mujeres.
La crisis sanitaria agudizó severos problemas estructurales en la región, como el tratarse de economías exportadoras de bienes primarios y recursos naturales, con niveles desiguales y estancados de productividad, baja competitividad relativa y alta informalidad en el mercado de trabajo, así como desigualdad en los ingresos.
En este contexto, la OIT ha señalado que una de las preocupaciones de esta crisis no solo es la pérdida de empleo sino el contener la pérdida en el capital de habilidades y competencias de las personas.
Como las personas pierden su empleo no pueden encontrar rápidamente una vacante para seguir utilizando sus habilidades, lo que implica que deban ingresar a programas de recalificación y actualización, y en consecuencia quienes no encuentren acceso a dichos programas, no podrán fácilmente reincorporarse en trabajos de calidad y sus competencias podrían tornarse obsoletas en corto tiempo.
Este hecho es preocupante en los jóvenes, quienes en la región presentan una tasa de desocupación juvenil del 18%, la cual ya era alta en marzo al inicio de la crisis. Así, unos 9.4 millones de jóvenes se estima que no tenían empleo y unos 23 millones no estudiaban, ni trabajaban, ni estaban en capacitación.
Además, preocupaba el alto grado de informalidad ubicado en 62.4%, que colocaba a la juventud en las primeras líneas de grupos afectados por la crisis COVID-19 y reclamaba medidas focalizadas para facilitar su reingreso al mercado y su capacitación laboral.
Aunque todavía es incierto, para la OIT el pronóstico de las actividades económicas que demandarán empleos en la etapa de reconversión y apertura, serán en sectores como en la construcción, comercio al por menor y al por mayor, y en habilidades digitales aplicadas en ámbitos como la educación, salud y cuidados, el comercio, la recreación, la gestión de empresas.
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